viernes, 28 de noviembre de 2008

EL VIDEO DEL HOMBRE-OTRO

El video del hombre-otro contiene imágenes recogidas de distintos contextos europeos del siglo XX, una foto de Valdivia y una de Japón. Temáticamente la serie de imágenes contiene un guiño a la actividad infantil en relación con la TV y, por otro, un grupo de documentos que relaciona la guerra con el material tecnológico de "alta-audición". Por un lado, la serie intenta establecer el contraste producido por la invención de un aparataje técnico que tiene como objetivo el descubrimiento científico y, por otro, la intervención y utilización de esa misma tecnología en "beneficio" de la intervención militar y el uso de la fuerza bruta hipertecnologizada.
Por otro lado, el clip contiene extractos de la obra del poeta Rodrigo Landaeta y una epígrafe de Gombrowicz. La fusión de imágenes están condensadas por el tema "Over" (en vivo) de Portishead. El diaporama intenta contener la imagen visual de aquel hombre "inauténtico" que busca siempre en el "otro" razones para justificar sus excesos, debilidades y transgresiones de aquello que, alguna vez, indicó lo "humano". El hombre-otro es una categoría creada a partir de la referencia hecha por Musil en "El Hombre sin Atributos" y que Josep Casals recoge en su libro "Afinidades Vienesas", como una manera de designar a una condición del "yo" que se realiza en su alteridad.
Hombre-otro está dedicado a todos aquellos que usan y abusan de esta innecesaria y pesada condición.

EL HOMBRE-OTRO DE COLECCIÓN




EL HOMBRE-OTRO DE COLECCIÓN

Mientras que los hombres aparentemente dotados de atributos
se aferran a puntos de referencia sólidos que les ayudan
a mantener un rumbo estable, el hombre-otro renuncia a ese lastre
y asume un estado de permanente provisionalidad.

Casals en Afinidades Vienesas.

Más que una selección y menos que un compendio, Colección es, como lo ha revelado su autor, Rodrigo Landaeta, el intento de reafirmar el valor que tiene aquella misma idea. Se suele decir que una colección de poemas o de cuentos no tienen la suficiente organicidad, unidad temática, en definitiva, formalidad, para ser considerada una obra. Aquí se tienta – el lector decidirá – realizar una operación que desmitifica lo que podría ser un mero pre-juicio o, por lo menos, contradecir la idea de colección facticia, es decir, la hecha con cosas unidas arbitrariamente y no por una relación natural existente entre ellas.
Por otro lado, el hablante de Colección tiene un antecesor: el Hombre de Guayaquil. Si en Guayaquil el perfil del anthropos que ahí habita es de una textura amable, ribereña, de contornos definidos por su afinidad con el “perdedor”, loser o wes-wes mapuche, el de Colección difiere por su carácter demoledoramente híbrido.
Por una indefinición que parece ser el plan de alguna entidad que pretende escabullirse en los intersticios de una poética anómala, de mixturas desechadas y una observación de lo humano que no impide el ser irónico con la misma condición, el anthropos de Colección se torna, a ratos, inadmisible para el lector que no reúne, ni junta datos de lo poético balneario. Es decir, alguien que “no pega ni junta” – como ser ajeno al lugar.
Pese a esto, la reminiscencia con la actividad del infante ochentero no deja de ser una evidencia de esto último: el niño junta láminas y las pega en su álbum, en su co-lección. En este recorrido irá develando los inusitados aspectos de un ente, un hablante, un pensante que refiere a un sí mismo, pero como si mirase a la lejanía. Como si todas las figuras del cuadernillo fueran una sola y misma cosa.
Landaeta, el poeta del litoral, apuesta por una coherencia esquiva, pero, a ratos, precisa para llegar a una categoría remota, podríamos decir, como esa raya que cercena el cielo y el mar de un horizonte costero. Me refiero a la noción de hombre-otro.
Si bien es cierto, la relación del sí mismo con una alteridad es ya un tópico viejo de la tradición artística occidental: el alter-ego, el doppelgänger (traducido del alemán como el “otro andante” o el que camina con el yo), el otro yo, cuando el yo es otro, el doble y, más caricaturizado en la novela de Robert Louise Stevenson, basado en un personaje de Hoffmann, Jekill y Hyde, que presenta el caso de un doble malvado; o, incluso, en el psicoanalítico fenómeno de la bilocación (estar en dos partes a la vez); ni hablar de las posibilidades teóricas desprendidas del estudio antropológico, basado en exclusiva en la relación con el “otro”; en la alteridad del anthropos de Colección se perfila, nuevamente, un contorno especial y particular.
Basta con iniciar su lectura para percatarse del carácter contemplativo de esta alteridad. El texto comienza con el poema titulado el Pato Yeco. Pato yeco es otra manera de nombrar al cuervo de mar, o cuervo de río, también conocido con el nombre de cormorán. Ave de conducta apacible, a ratos convulsa, suele reposar en las rocas de alguna playa secando sus alas extendidas al sol, mirando, generalmente, hacia la lejanía y alterado de vez en cuando por los sucesos que se dan junto a la costa. Podríamos decir que se trata de una entidad “mirona”, la que allí se aloja. El pato yeco, el pato inca, el tordo y el treile, son animales conocidos del que deambula por la zona costera. Se podría decir, así mismo, que el hombre-otro parece alimentarse de esta alteridad animal.
Por otra parte, si revisamos someramente, casi como al pasar, las páginas de Colección, podremos corroborar el producto de aquella contemplación y de las actividades de lo otro, del otro y de “este otro”. Cito: “absorbiendo el aire, el agua y la luz, gratuitamente” “Es un truco de la nada tenernos parados frente al mar”, “Indagas la profundidad de la pisada y su forma, del modo que lo haría un espía de balnearios.” “Habitando un invernadero antiguo entre las demás especies.” “Los embarga un fatal aburrimiento de la vida”; y otras por el estilo, dan noticias de su actividad en ese mundo.
Desde las cualidades interinas del hombre-otro, destaca por sobre todo una tendencia compulsiva a la desintegración, a un componente escatológico que, sin embargo, nunca llega del todo. Como si en el hacerse otro existiera una aspiración última: la de desaparecer como espectador. Cito: “Nada lo atrae tanto como desaparecer/cuando la muerte se avecina, gusta de los disfraces y las bebidas/que lo conviertan en otro”, “Sentado imaginarás/el lugar, el humo, la niebla, la descomposición del alma”, “Bajo órdenes demiurgas/concedo a la música hacer de mi/la desintegración.” Y más explícitamente: “pero allí estás – potestad escatológica – como señal del obituario ajeno” (ajeno=léase: otro) o, por último: “Diría incluso que no existo/que soy una ilusión óptica de otro”.
Por lo bajo de mis especulaciones, intuyo que este hombre-otro que habita el universo de Colección, al igual que aquellas figuritas de forma humana que son parte de un juego de familia o de salón, aquellos soldaditos que corren ocupando casilleros, calza en el juego cruzado de lo que da título al texto: un figurilla de colección, posibilidades de lo humano, abanico de anthropos.
El hombre-otro visto a la oscuridad que arroja el texto de Landaeta, se perfila como un ser disponible y del que nunca se podrá decir que ha llegado. Está “siempre como en camino”. Desprendido del mundo y resistiendo a la madurez. Con esta base, se podría decir que el hombre-otro se siente como un paso libre para dirigirse a cualquier dirección. Está exento de aquella noción de responsable. Estabilidad, profesión, carácter son para él nociones que transparentan aquello que será: calavera, polvo, nada. Su vida, no obstante, se rige por principios interinos, dijéramos viscerales, no ya “tripales”, por no decir, “mondongales”.
Una vida sin forma, muy cerca de la vida cero, del ciudadano de baja intensidad (para citar a otro-hombre-otro), esa ineluctable manera de no ser uno si no siempre el otro, percibir los propios cambios como condición necesaria de ser pasadizo, vía, “en camino”, pero nunca siendo en lo concreto. Una no-forma antropológica que vive en lo transitorio, lo discontinuo, en la infidelidad al “deber ser”. Una entidad reificada, donde se confunde el ser con el parecer ese otro que intentó ser el hombre, pero que nunca lo consigue, pues es la condición para ser eso que, justamente, llamamos hombre-otro.
El hombre de Guayaquil, eclipsado por este hombre-otro, es reemplazado por éste, como una pieza de ludo, para convertirse en el emblema de una transición hacia los nuevos modos posibles de ser hombre.
Vaya mi abrazo fraternal a tan noble intento.

Matías Uribe – V a l d i v i a - primaveradedosmilocho

martes, 25 de noviembre de 2008

45 AÑOS DEL CINE-CLUB UACH



El Cine Club de la Universidad Austral de Chile cumple 45 años de existencia. Desde el 1 hasta el 5 de diciembre se realizará la celebración de este aniversario con una muestra cinematográfica de todas las épocas y autores destacados con entrada gratuita. La selección fue realizada por los miembros del Curso de Apreciación Cinematográfica, de la misma universidad, Mauricio Mancilla y Matías Uribe. Los filmes elegidos son: Fresas Salvajes, de Ingmar Bergman, Fahrenheit 451, de Francois Truffaut, El Discreto Encanto de la Burguesía, de Luis Buñuel, Zelig, de Woddy Allen y Sueños de Arizona, de Emir Kusturica. Cada una de las películas será presentada por los referidos (más la intervención de Miguel Rojas, miembro del mismo curso), los cuales intentarán fundamentar cada una de las elecciones. Al finalizar cada muestra se dará la posibilidad de crear un diálogo en relación a los alcances estéticos y culturales de cada material. El programa y sus referencias se presentan a continuación. Quedan todos, sin exclusión, a disfrutar de un nutrido programa. ¡Saludos al cine y a sus fieles cultores!

viernes, 21 de noviembre de 2008

Capsulita VII ... ( otra vez el Roland)


La mayoría de las veces estoy en la oscuridad misma de mi deseo; no sé lo que quiero, el propio bien me resulta un mal; lleno de resonancias, vivo golpe a golpe: estoy en tinieblas. Pero también a veces hay otra noche: solo, en posición de meditación (¿es tal vez un papel que me asigno?), pienso en el otro con calma, tal como es; suspendo toda interpretación; entro en la noche del absurdo; el deseo continúa vibrando (la oscuridad es transluminosa), pero no quiero comprender nada; es la noche del no-beneficio, del gasto sutil, invisible: estoy a oscuras, estoy ahí, instalado simple y apasiblemente en el interior negro del amor.


R. Barthes, Fragmentos de un Discurso Amoroso.

Capsulita VI ... ( D e s r e a l i d a d )

El mundo está lleno sin mí; juega a vivir detrás de un vidrio; el mundo está en un acuario; lo veo muy cerca y sin embargo aislado, hecho de otra sustancia: elijo continuamente fuera de mí mismo, sin vértigo, sin neblina, en la precisión,como si estuviera drogado.

¡Cuando esta magnífica Naturaleza, desplegada ante mí, me parece tan glacial como una miniatura cubierta de barniz ...!


R. Barthes. Fragmentos de un Discurso Amoroso.

viernes, 14 de noviembre de 2008

VIDA CERO EN LA ERA NOCTURNA

VIDA CERO EN LA ERA NOCTURNA

Leer, escribir, tal como se vive
bajo la vigilancia del desastre:
expuesto a la pasividad fuera de pasión.
La exaltación del olvido.
No eres tú quien hablará;
deja que el desastre hable en ti,
aunque sea por olvido o por silencio.

Maurice Blanchot.

Juega la vida a vivir en otra parte. El mal, cosa extendida, equívoca y deforme, se propaga más allá de toda dimensión conocida por el Hombre. Ya no estamos al borde de una catástrofe, somos esa catástrofe. La encarnamos, sigilosamente, como una condición. Lejos de la diatriba, este segmento de escritura negra, tiene como objeto impugnar por aquellos que son en el silencio. La vida cero, en tiempos de la barbarie civilizada, devela un mundo embrutecido, en donde la mayoría de sus objetos – prótesis reproductoras que diseminan la semilla del anquilosamiento – se crean bajo el rótulo de “inteligentes”. Como si en ese adjetivo se ocultara una sospecha, una duda por aquella animal capacidad destinada a ignorar el fin último de ser alguien o algo con un sentido.
Así se comporta el Mal: “nace por las patrias y por los patronímicos”, se desarrolla secretamente al amparo del gesto y el lenguaje, se encarna en esas marionetas anónimas, sin rostro, sin pasado, sin lazos que los rediman de su asqueada condición. Alain tenía razón*, el “Mal es el muerto que se apodera del vivo”, es el alma aplastada por su propio peso, hecho carne. Es la dictadura del término medio, de lo políticamente correcto, de lo ideológicamente “seguro”, lo muerto que no necesita ser cuestionado, la vida leve, monocorde, tediosa y perfectamente corriente.
No hemos nacido de criaturas celestiales, lo sabemos, pero aquello no quita el hecho que, de aquella imperfección, brote la necesidad. Este nuevo ingrediente, que viene a ser como una burla a la misma existencia, como si el hecho de pertenecer al reino de la fragilidad no fuera lo bastante, nos empuja a llevar el peso de esta “impureza” del ser.
Colocados en este trance, la esperanza que dejara Dante afuera del infierno se transforma en un juego de niños. ¿Hace cuánto que la fe dejó de ser parte de la vida de estos hombres? Nada hay detrás de ese silencio. Por si acaso, existiera algo así como una entidad, un “más allá” o una dimensión transluminosa, todo aquello, tarde o temprano, se diluiría en la tenebrosa parquedad del implacable Cronos.
Le debemos una muerte a este extraño y, a ratos, amable paréntesis que llamamos hogar. Es cierto. Pero la mera conciencia se vuelve irritante ante tamaña demanda. Esa araña cruel que nos muerde rabiosamente cuando no esperamos y que llamamos caducidad, jamás nos abandona.
Mal transparente, noche diáfana del que, semi-conciente, despierta a su niebla. Reducidos a esto, al devenir en el papel o en la pantalla indiferente – otra trampa más de la alienación – nuestras mentes y nuestros cuerpos se tornan dispositivos de baja frecuencia que, de vez en cuando, se conectan con el todo, para luego fenecer como aquellas mariposas nocturnas que persiguen las fuentes de neón.
¡Fuiste! Hombre. Algo se resquebrajó. Luego vino la fractura y, por fin, tu lento declinar en las profundidades de una era nocturna. Vida cero en tiempos de la noche. El muerto-vivo des-habitando el tiempo de la barbarie. Vivir desviviéndose, como el día cede al gran círculo de las tinieblas, como el terrible sino de aquel que quiso, que no supo, que no fue, que siempre vivió creyendo ser otro.
Subir y bajar los ascensores, las escaleras, las calles desiertas. Un nubarrón se pierde en medio de una música que comienza a cuajar. Al fin, sólo silencio y, entrada la medianoche… nada.

Matías Uribe - V a l d i v i a -
primaveradedosmilocho

EL VIDEO DE LA VIDA CERO

Menos que una diatriba, Vida-Cero pretende ser un testimonio de los que viven en el silencio y a la sombra. Una rebelión escrita desde la penumbra. El fragmento y la dispersión se apoderan del hablante para importunar la vida del que duerme. La Vida-Cero ocurre en el contexto de la barbarie civilizada. Su música viene y vuelve hacia Arvo Pärt (1935-), sus imágenes son de Valdivia y sus alrededores en distintas épocas del año. Es un producto de su propia escritura. Así se visualiza el ensayo revelado en sueños.

Dedicado a Arvo Pärt y al Opus 106 de Dimitri Schostakovich (1906-1975).




viernes, 7 de noviembre de 2008

EL HOMBRE DE GUAYAQUIL

EL HOMBRE DE GUAYAQUIL

En Combray, como todo el mundo nos conocía,
yo no prestaba atención a nadie.
En la vida balnearia, no conocemos a nuestros vecinos.

Marcel Proust, A la sombra de las muchachas en flor.

Hace mucho existió sobre la faz de la tierra una especie del género homínido que los especialistas bautizaron como el Hombre de Cromagnon. Yo les voy a hablar del hombre de Guayaquil, que, para los que contemplamos con cierta atracción y curiosidad un proceso que no agota sus posibilidades lectivas (el desarrollo de una épica poética), bien podría entenderse como el Hombre de Landaeta.
La naturaleza de este tipo antropológico propuesto por el autor, Rodrigo Landaeta, sugiere buscar por los territorios urbanos, pero que, de preferencia, se sitúen no muy lejos de zonas costeras. De hecho, la evidencia lingüística de su hablante lírico, apunta a relacionar este tipo antropológico con la condición del perdedor, del fracasado o, cuando menos, del expatriado dentro del propio contexto. El mismo autor ha sugerido que su obra es el resultado de una experiencia personal, donde su existencia se vio envuelta en la maraña que acarrea la situación del des-empleado, condición liminar que permite abrirse o cerrarse a la inmediatez que todo lo conmueve. No es difícil imaginar a su autor por los sinuosos caminos de la contemplación costera, hogar favorito del poetis chilensis, otra especie que podríamos denominar en riesgo.
La liminaridad o enajenamiento del propio contexto, es habitual en los llamados perdedores. Tal vez, el caso más evidente y comentado de tal condición venga de la cultura norteamericana o la inglesa. No es casualidad, dada la influencia persistente y metódica que invade los canales y circuitos de reproducción ideológica dentro del contexto nacional, encontrar definiciones y desarrollo conceptual en torno a la categoría del loser.
Pero antes, una revisión a dos tradiciones tomadas como ejemplaridad para este caso: la francesa y la alemana. En la primera, el perdedor, en francés raté, es percibido como alguien que ha fracasado en el proyecto de la vida, alguien frustrado en sus ambiciones. Prácticamente corresponde al paria social. La carga despectiva hacia quien se le profiere el término es despectiva, se podría decir totalmente negativa, constituyendo un insulto fuerte. De hecho, el diccionario francés-español traduce la noción, en este sentido, como el de un “tiro fracasado” (un tiro de escopeta, se entiende), fallido.
En el contexto alemán la condición de perdedor - que aquí lo hemos traducido como Versager - pesa sobre un sujeto que no tiene o no pudo alcanzar un alto nivel de realización. Alguien para quien la frustración se vuelve una molestia indeseable de la propia personalidad. Alguien con cero autoestima intelectual, que parece desconfiar secretamente de sí mismo y encubrir el hecho de no saber. De cualquier manera, se vuelve una persona indeseable y por quien se merece el rechazo y olvido del grupo de referencia.
Ahora, volviendo al caso inglés, el loser, es aquel sujeto que parece construir su perfil en torno a la negación de un otro. Si bien es cierto, se entiende como tal al individuo que no ha podido cumplir con las expectativas que se consideran obligatorias para conseguir el “éxito”, de acuerdo a las pautas que dicta el propio contexto, su particularidad vive en relación a la negación de alcanzar un único objetivo.
Se ha señalado que obtener un empleo respetable (lo que se traduce en obtener una determinada posición y poder adquisitivo), un círculo de amistades (por supuesto que existe la conformación de grupos de igual interés, pero refiere a quienes comparten metas en común y están dispuestos a instrumentalizar relaciones a cualquier costo y nivel, el mismo face book podría ser expresión de aquello); ser asignado o autoasignarse a un determinado estatus que destaque dentro del grupo social más amplio; formar una familia y referir discursivamente a un modo lingüístico marcado por figuras retóricas con una cierta tendencia a una forma o estilo de vida en torno al pensamiento comercial, conformaría a esta “Némesis”. Tal oposición se constituye como el winer, el ganador.
Es frente a esta alteridad y a su mundo que el loser se revela y reafirma su posición, negada por esta otra condición, que lo percibe como un mediocre, un don nadie y que por su ética no ha logrado destacar en algún aspecto de la dimensión social. Según la visión del winer, el loser no ha logrado convertirse en el “producto respetable y presentable para ser exhibido en el escaparate social”. Dentro esta lógica, al loser queda asociado al nerd (el ganso), llegando, incluso, a ser considerado como tal al devorador de libros o buen lector.
Popularizado por un grupo de música pop norteamericano, Beck, en la década de los noventa, el single “Loser” tuvo una fuerte popularidad y simpatía en una generación que comenzaba a masificar y estereotipar positivamente lo que hasta ese momento era fuente de exclusión y automarginación, con negativas consecuencias. De pronto comenzó a estar bien ser un loser, un out-sider.
Gracias a esta reivindicación u obedeciendo a otros factores de revalidación social, el loser se aparta de la media. Su figura se perfila como desfasada, diferenciada; situación que tiene, en último grado, una cierta cualidad de ambigüedad, puesto que pese a lo excéntrico y marginal, alcanza una condición de autenticidad y particularidad. Siempre dentro de la exclusión y la negación por parte de las otras condiciones, pero reivindicado por un grupo y, como se ha visto, por una generación que comparte su automarginalidad.
Más cerca de esto último, la figura de la entidad que habita el Guayaquil de Landaetta tiene un sustrato de sabor aún más propio. Como ha dicho el autor, la reminiscencia a Ecuador puede ser una pura anécdota. Se cuenta el caso de aquella división de tradiciones y etnias en torno a la geografía: por un lado la sierra - los longos - y los de la costa - los monos. Para los primeros los monos se constituyen como sujetos lánguidos, amantes del ocio, la apatía que bordea lo irresponsable y el desgano. Una muestra es la historia llegada a oídos del poeta respecto a dos feriantes en Quito que venden sus mercancías en una feria: el uno gritaba: “¡Cocadas, cocadas, cocadas!”, y el segundo, evidente acento guayaquilence, le seguía con: “¡Lo mismo!”, para no esforzar y fatigar demasiado su empeño productivo.
A no ser porque en Chile la figura del perdedor tiene algo de la noción negativa de los otros contextos, el sujeto se perfila en una ambigüedad y equívoco que va desde el “balsa” (alguien que excede los limites del normal comportamiento y que no tiene el mérito para realizar tales acciones), hasta la figura del mentalmente desequilibrado y, por tanto, más cerca de la locura: el “loquito de esquina”, como dice el poeta. Aquí se toca en algo con lo dicho respecto al raté francés, en cuanto “tiro fallido”. En Chile se diría directamente: chiflado, pifiado o pitiado. Por ejemplo: “Ese loco está pitiado” o, más dirigido a la ocupación y la frecuencia laboral: “Ese güeón es un tiro al aire”.
El caso chileno es rico y de amplias expectativas, por lo que merece prácticamente un texto exclusivo. Concentremos la atención en uno de los sustratos que subyacen a la noción, es decir, a la cosmovisión mapuche. En el mundo mapuche no existe una definición precisa que indique al perdedor, pero sí al que indica la figura del “loquito buena onda”, en “chileno”. Es el wes-wes. Sabemos que la reiteración en la mecánica lingüística mapuche es exagerar un atributo, pero en este caso no se conoce significado exacto a la partícula wes, por lo que, según mis fuentes, se trataría, posiblemente, de una especie animal Algo así como un pajarito de costumbre errática.
El wes-wes corresponde a una persona loca, pero “buena onda”, es decir, una “buena persona”. Alguien que habla mucho, que gesticula y que inventa historias donde los atributos de la realidad quedan evidentemente deformados, es un wes-wes. Alguien excéntrico. En “chileno” correspondería a una persona sospechosamente coherente: “medio güeviao”, “algo tiene”. Alguien que no se comporta como se debe, pero que tiene inteligencia y sabiduría. Su perfil se constituye muy cerca a la noción del bufón de corte, pues usa este atributo para acercarse lo que más pueda a los círculos del poder. Con muy buena aceptación y llegada hacia los más pequeños, es visto por estos como alguien alegre y dispuesto siempre al juego.
No obstante, el aparente nivel de aceptación social, el wes –wes será motivo de discriminación: las estructuras jerarquizadas y el progresismo de la sociedad mapuche, finalmente, lo perciben como un obstáculo para su propia “emergencia”.
Con todo lo dicho percibo en el hombre de Guayaquil una particularidad que remonta su naturaleza y origen a los ásperos días del holocausto organizado, plomizo y enfermo de la infancia ochentera: “cadena nacional”, “Exterminados como ratas”, El vaso de leche, Tardes de cine. Ecos de una poética central, ribereña, testigo de la honda nostalgia que, como una pesada carga, lo aplasta y, en algunas ocasiones, fatalmente, pagando con la propia integridad física: UCI, UTI, SAPU, meningitis.
Naturaleza plañidera la de este anthropos que, en ocasiones, desearía no serlo. Es verdad que se jacta del estar: “infancia”, “como dato”, “desesperada”, “Guayaquil”, “hombre cesado de su facultad mental”, citando al vetado. Pero el apego a la existencia suntuosa es más fuerte. Podemos imaginar al hombre de Guayaquil en un éxtasis, en una especie de plenitud con un melón calado, ponchera de blanco, en una tarde de cielo blanco sobre las rocas o la playa de Isla Negra. Lo vemos sobajeado por largos, diría eternos, fines de semana “guata al sol” y, por que no, derrochando poesía de litoral: ese miasma que el hombre de Guayaquil llama “quinta costa”, "quinta de recreo", Quinta de Mahler, como quiera, como quieran ellos leerlo. ¡Allá ellos! ¡Allá tú! Nadie puede impedir ese sino inescrutable del ser Guayaquilense, un “Schileno” de “cuschara”, un pseudo-Sumo, un vagabundo pletórico del Quisco que lo “cascó”.
Pero volvamos al origen: entre tiempo recobrado (otra referencia que recuerda a ese soberbio out-sider que hizo carrera de su desocupación, deificado por el poeta), tiempo malgastado y completamente perdido, el hombre de Guayaquil resistió, se reinventó y resurgió del infarto y la resaca que quisieron devolverle a la madre que le rezaba mirando hacia el quinto cielo. Resolvió, metió y ¡gol!: golpe bajo a la academia con su artesanal estilo, virtuoso, que hoy lo consagró cual Baco de Caravaggio. Genial en sus maestras jugadas, podemos imaginar al anthropos de Guayaquil como instructor de la milicia valdiviana, striper del alba y la vendimia que lo vio joder, enloquecido por daimones en el hombro, espalda y el pecho de palo.
No cerramos la lectura del Guayaquil de Landaeta, para eso están los siglos venideros. Sólo nos queda celebrar en esta modesta apoteosis la condición que, dado los tiempos y los mundos por venir, no será condición exclusiva, sino la quinta-esencia de ese sino insondable: la marca Chile.


Matías Uribe - Valdivia-Guayaquil – primaveradedosmilocho.

El texto corresponde al leído en el lanzamiento del poema de largo aliento, Guayaquil, del poeta Rodrigo Landaeta, el día jueves 30 de octubre de 2008 en la Alianza Francesa de Valdivia. En esa oportunidad se mostró, igualmente, el diaporama musical basado en la misma obra. La canción es el famoso pasillo ecuatoriano "Guayaquil" de Julio Jaramillo. Las imágenes corresponden a la Guayaquil de Landaeta.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

LA MUERTE ( ... Y TRES )


Los cadáveres deben ser demonizados: mueren porque son culpables. El extranjero es siempre portador virtual de peste. Llamar a aniquilarlo ha sido la más vieja de las crueldades mágicas a través de las cuales todas las sociedades se preservan del terror no verbalizable con que el roce de la propia vulnerabilidad acalambra zonas muy profundas del cerebro. Pasó durante las grandes oleadas de peste. La idea del castigo divino contra réprobos y pecadores cumplía dos funciones simbólicas precisas: excluir al devoto que así "razonaba" del ámbito de los susceptibles de fulminación, preservar su esperanza; responsabilizar luego a marginales, réprobos, vagabundos, judíos, extranjeros, sodomitas, anómalos en suma, del relámpago justo de la furia divina.




Decimos ahora, al repasar la bárbara regularidad con que los eclesiásticos llamaban en otro tiempo a chamuscar víctimas propiciatorias en tiempos de epidemia, que aquello sólo era el exeso de una religiosidad exacerbada que nuestra laica modernidad habría desterrado para siempre. Lo decimos. Luego, seguimos soñando que una cosa tan rara y tan letal como el SIDA no puede tener, en rigor, nada que ver con nosotros, ciudadanos normales, respetables. Que eso es cosa de "otros", gente rara, yonkis, maricones, africanos, putas ... No es pensable que pueda pasarnos a nosotros que somos inocentes. Y esos otros que nosotros somos se repliegan tranquilos. No sufrirán, seguro, no serán maltratados por un destino injusto, no son "grupo de riesgo", están a salvo. En sus pobres cabezas, como en sus vidas ínfimas, el SIDA ha sido excluido: es inimaginable. Inimaginable la muerte: esa cosa tan desagradable que - como todo el mundo sabe - sólo sucede a otros.


Gabriel Albiac, La muerte.

lunes, 3 de noviembre de 2008

LA MUERTE (DOS)


No hay encuentro con la muerte. Sólo mueren los otros. Y su alteridad es garantía de mi exención respecto de esa muerte que a ellos los arrebata porque, de algún oscuro modo, la merecen. No basta con que los otros mueran o sufran. Es preciso que mueran y sufran como “otros”, por ser otros y en función de ello. Que paguen de ese modo el precio de la culpa contraída por su extranjería. Sólo si ellos son ajenos yo soy salvo. Ha sido siempre así.
Tal vez no exista otro modo de soportar la condición trágica de ser contingente y saberlo. De estar, desde el principio, destinado a no ser sino “polvo, sombra, nada”. Y saberlo. O sospecharlo: no hay embrutecimiento religioso – por muy bárbaro que este sea – capaz de borrar del todo esa sospecha. La muerte ajena – verdaderamente ajena – es así exorcismo de nuestra necesaria muerte. Los cadáveres deben ser demonizados: mueren porque son culpables.
La Muerte, Gabriel Albiac.