lunes, 22 de noviembre de 2010

GOYA






A fines del siglo XVIII, en España, los liberales, como Francisco de Goya, no podían vivir sino con una lucidez desgarradora la tragedia de una nación regresiva en medio de una Europa en pleno "progreso". Él no era un visionarios como El Greco, sino una inteligencia que describía la "imaginerie" (la imaginería) del prejuicio y el fanatismo con una perspicacia propia de un Voltaire. Quizás no con la ironía del filósofo, pero con un sarcasmo furibundo. La estructura del tema figurativo continuaba siendo barroca (por lo menos en un principio), no obstante, este era llevado hasta el límite del desmoronamiento. Sobre todo en el último Goya.
Goya enfrenta la realidad de lo feo. Anticipa esa vocación realista que será el centro de los motivos del Romanticismo; pero su realismo no es una copia de la realidad, sino lo que queda cuando una ideología se derrumba.
Al negar la ideología Goya tambiém niega la Historia, que para él es una ideología del pasado, porque representa al mundo tal y como se desea que hubiera sido.

En "Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808", el artista representa la escena tomada de la realidad, tal como si en el contexto de fines de los sesenta en Norteamérica, lo hubiese hecho un reportaje fotográfico sobre las atrocidades cometidas por el ejército estadounidense sobre Vietnam. Lo soldados no tienen rostro. Son muñecos vestidos de uniforme, símbolos de un "orden" que, sin embargo, es en el fondo violencia y muerte. El tema sería retomado más tarde por Manet en "El fusilamiento de Maximiliano" y Picasso en su "Masacre en Corea".
La noción de Historia en Goya es la de una "carnicería", un "desastre". La matanza se lleva a cabo dentro de un halo amarillo que desprende la gran linterna cúbica ubicada casi en el centro de la composición: "la luz de la Razón." Mientras, alrededor, el mundo se encuentra en la oscuridad de una noche igual que las otras y, al fondo, la ciudad que duerme. Para Goya, esa ciudad que duerme es la Historia.