viernes, 25 de septiembre de 2009

LA BÁRBARA REGULARIDAD

Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros.
Los hombres esos eran una cierta solución.

Kavafis.


“¿Por qué de improviso esa inquietud y confusión? Los rostros, ¡qué serios se han puesto! ¿Por qué se vacían tan rápidamente las calles y las plazas? Todos regresan a sus hogares, pensativos”. En este tono, aproximadamente, inquiría el poeta Kavafis cuando hablaba de sus bárbaros. No es que no hayan llegado, decimos, desde acá. No es que su semilla se haya extinguido, todo lo contrario, germinó y diseminó a lo largo y ancho del orbe conocido.
¿Cuál es su forma?: la regularidad monocorde con que el ciego optimismo se parapeta, ante todo intensión de pensar críticamente. Con su aplastante realidad ha devastado el principio activo con que, en otros tiempos, se sustentaba la reflexión dirigida.
A las “máquinas inteligentes” les suceden unos bárbaros civilizados. Con tener y manipular aparatos de “alta tecnología” creen, vanidosa y descaradamente, estar redimidos de la ignorancia. Un manto de sospecha y ansiedad se cierne sobre las pálidas conciencias. La duda siniestra, mortal, de amparar la miseria crónica de las pobres existencias, con el sólo hecho de presenciar el acontecimiento en lo que ellos llaman “vivo”. El gol del campeón, el triunfo “heroico”, la derrota, la mala fortuna del “buen vecino”, del “hombre de bien”. Lloran, sufren, se alegran tras la pantalla, aunque, con todo, la duda sigue espoleando con el aguijón persistente de la cavilación. Sus aparatos de reproducción asistida se encargarán de la ansiedad. La transforman en dato, código, categoría y, más tarde, en ese flujo, en ese miasma comunicativo, que brota como una sistemática verborrea elevada a dominio ideológico sofisticado.
La forma, el contenido, el mensaje, llevado a estructura mental, toma cuerpo y alma en su arquitectura, en su música y en las “bellas” formas que exige el “buen vivir”. ¿Su meta?: una estúpida felicidad acromegálica.
Toman posesión efectiva de sus lugares para aglutinarse en grupos que creen diferenciarse entre sí, por color, formatos pre-establecidos, texturas y aromas de lo cotidiano, llevados a la consonante métrica de la regularización estándar. Todo calza justo para crear la pobre necesidad de su mediana existencia.
El objetivo ha suplantado al mundo. La meta es el punto clave, el fin, aquello para lo cual no cave la discusión ni la reflexión. El es del mundo ha pasado de un plural infinito a la singularidad finita de su desechable factura. Ya no hay prisa para tan abominable proyecto. La devastación ha tomado el pulso de una tranquilidad expectante. Su fuerte y fundamento es la noción de seguridad. Se puede aniquilar, secretamente, en nombre de la seguridad. Todo está permitido para la noble sentencia. Las leyes y los decretos se multiplican para beneficiar la macabra serialidad de su mecánica transparencia. Y lo peor jamás acaba por comenzar. Ni los más desesperanzadores presagios de los agoreros de la crisis alcanzan el rigor insano de esta aplastante realidad. “Hombre, ser de un instante”, brilla el aforismo en su amarga y sombría vigencia.