martes, 15 de diciembre de 2009

SUJETO DE LA DESTRUCCIÓN


Cuando se habla del sujeto en el sentido “demoníaco”, es para recalcar su afinidad con lo nocturno y lo extemporáneo, el sexo “puro” y el espíritu “puro” que se conmuta en la oscuridad, en la noche, en la naturaleza y que le permite desde allí la procura de quebrantar este otro hechizo demónico que es el orden jurídico completo.
En esa condición, el odio destructivo es un odio vital que, lejos de todo resentimiento o venganza, simplifica el mundo abreviándolo en un espasmo o en un arrebato. Este arrebato es monstruoso, infantil, natural. Desplegándose, el carácter despliega también un tipo de lectura sobre esa entidad como forma de existir.
La mera existencia es la existencia como desdicha. Bajo el dominio de este plexo de culpa, bajo el rodillo opaco de esta desdicha que aplasta sus relieves, el ser humano permanece invisible en su mejor parte.
El monstruo infantil, el aún-no-hombre es a la vez el derrocador espontáneo de la frase hecha. Es un destructor por antonomasia.
El hombre total es el cuesco profundamente vivo en la cáscara muerta de la existencia humana. Su centro es una asombrosa tenacidad, una intensión, eternamente atraída hacia el sí mismo.