
Lo inmoral ya no es entonces lo que se encausa sino el hecho mismo de convertir esto en causa pública. Así, en un conocido aforismo Kraus presenta todo proceso por atentado a la moral como un desarrollo que va de la inmoralidad pública y “en cuyo fondo oscuro reluce la culpa del acusado”. Sólo ésta conserva su pureza: el impulso elemental de la prostituta y la compleja “cultura de la perversión” son comparables a la palabra desnuda o al juego metafórico del poeta. Por el contrario, jueces, abogados y policías comparten con los periodistas el espacio corrupto de la fraseología: el territorio de su actividad es el de la catástrofe, el del estereotipo disfrazado de ética, el de la ruina incrementada por ampararse “detrás de un ideal”.

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