jueves, 29 de abril de 2010

EL SÁTRAPA

[…] no les importan las erratas
ni las inexactitudes: porque no se rigen
por un imperativo de verdad, sino por las
determinaciones de una instantaneidad serial
y abigarrada según el patrón de la cultura-mercancía.

K.K.



A la totalidad aplanadora y homogenizante del régimen cultural impuesto por la ideología del hiperconsumo, se agrega una figura antropológica de rasgos exclusivos. El sátrapa, filisteo o fariseo de la cultura, adquiere su perfil y roles de una necesidad impuesta por la mediocridad inducida por el régimen: ser el mediador entre los frutos de una dudosa producción visual, literaria o sonora y un sector de la población ávida de recibir una instrucción bastarda que los “bañe” o re-actualice, rápidamente, en los pormenores de la fabricación industrial.
La carrera del sátrapa se inicia en los albores de su estudio secundario. El destacado en operaciones que involucran el ensayo de una tarea, la complicidad con el profesor “ilustrado” y la propia vanidad, incombustible, que con el tiempo demandará que sus esfuerzos por destacar se dobleguen de manera exponencial.
Por sobre cualquier cosa, el impulso del sátrapa respecto de la masa parece ser uno y muy claro: sobresalir de la media, movilizarse ascensionalmente en una jerarquía que lo aprisiona por clase, clan familiar y, sobre todo, por la desgracia de haber nacido en barrios periféricos a los marcadores de la pauta legítima que tanto admira.
De muy joven comprende que el impostar la voz y asimilar una serie de ademanes que ensaya, meticulosamente, frente a un espejo, son técnicas sociales infalibles que le darán ese aire de “interesante”. Solemnidad, una apariencia de erudición, comentarios preestablecidos sobre distintas materias de la coyuntura y la lectura voraz de aquello que debe, moralmente, estudiar - como si se tratara de un código de conducta altamente refinado – serán su gimnasia habitual. Pautas y poses que tendrá la oportunidad de poner en práctica en alguna visita a algún museo de arte y, sobre todo, a un recital de poesía o encuentro literario que le haga sentirse seguro, en una suerte de manada “aristocrática”.
Allí respira tranquilo el sátrapa, en medio de la fugacidad, el cinismo y la hipocresía tácita de un medio que, a pesar de ser sentido como propio, reniega de él, a tal punto que comienza a cultivar una “especial” manera de ser hostil. Cosa que el sátrapa confundirá desde muy temprano con el genuino hecho de ser “crítico”.
Impulsado por la recomendación de algunos de sus pares, el sátrapa asistirá en plena adolescencia a las sesiones de un taller literario, dictado por un viejo filisteo, de cuidado, sobrevalorado prestigio y nimbado por una fama de proporciones regionales. De esas tardes cargadas de “sabiduría” y elegancia, egresará como el “favorito” o “futura promesa” de las letras. Joven valor de futuro promisorio, pasará por ciertos momentos difíciles que le harán dudar de su vocación, de su compromiso con “la sociedad” o, incluso, de su propia sexualidad.
Arrojado a una carrera que él cree de acuerdo con sus intereses “culturales”, sin descuidar el renombre y el estatus alcanzado hasta ese momento, elegirá seguir un estudio en el área de las humanidades. Una vez dentro del sistema universitario, el sátrapa fluctuará por materias que lo lleven desde la literatura al periodismo, de la filosofía a la gestión “cultural”, de la pedagogía al impulsor de actividades de tipo extra-curricular. Sus pasos no tendrán otro sentido más que el de engordar su ya alimentado curriculum, el cual portará como un sagrado testimonio de su “inmenso conocimiento”.
El sátrapa no da puntada sin hilo. Selecciona, discrimina y excluye minuciosamente de sus referencias de amistad o “conocidos”, según éstos sean convenientes a sus proyectos e intereses. Es un instrumentalizador nato, un oportunista por antonomasia. Su red de relaciones no es otra cosa más que un círculo de amistades que lo sabe como el “entendido”, el “sabelotodo”, el “ilustrado”, el “artista”. En cada reunión, en cada exaltada borrachera grupal, el sátrapa se ahogará en halagos y aplausos que, al final, alimentarán su fantasía de que el mundo entero lo admira, lo celebra y le sigue con especial devoción.
El sátrapa ama el poder. Rozarse con él. Codearse con él. Yacer con él. Su egotismo patológico lo obliga a medirse e igualarse con la figura del político. Siguiendo la marea de lo establecido, encabezará los proyectos y rituales fijados – ceremonias oficiales que la satrapía llama “eventos” – haciéndose destacar en cada crédito publicitario, en cada fotografía, en cada portada del aparato de prensa del poder de turno. Jamás quedará mal con ningún sujeto del ambiente cultural, todo lo contrario, el sátrapa guardará una imagen intachable, hasta el fin. Jugara el rol, actuará la función, encarnará la función.
Él no se relaciona, manipula. No crea, trastoca lo ya existente haciéndolo pasar por original. No enseña, reproduce. Pálidos rufianes del campo cultural, granujas de lo pedagógico, pobres fingidos, cicateros de la fiesta, esportilleros del poder, parlantes vistosos de lo necio, mediadores del imperio industrial y toda esa caterva innumerable que se encierra debajo de este nombre: sátrapa.

5 comentarios:

Pág.paraTí dijo...

Creo que de una u otra formas todos hemos sido parte de una satrapía, lo importante es no habitar en ella. Desde que comenzamos nuestro día caemos en un sistema donde es imposible no habite la falsedad, el conocimiento suspicaz, el Yo imitador de otro más valioso que se agiganta y se siente poderoso frente a la humildad, pero que sabe que su personaje no es más que el reflejo de su inferioridad.
¿Sabe?, Yo me he encontrado con varios.
¿Y Ud. se inclina por lo "hostil" o lo "crítico", pregunto por como define al Sátrapa.
Ah, me llamó la atención; ¿La oscuridad no "MIENTE"?

Marciano... dijo...

Creí que los Sátrapas de habían eliminados en los tiempos de "Alejandro Magno"...

sereneltexto dijo...

Mire pág.para tí, la satrapía refiere en lo medular a una condición antropológica común en el contexto chileno. Intuyo que se extiende por todas partes. Hay una asociación directa con el simulacro, con la impostación de la figura que pretende ser, pero no es más que caricatura. Hay una pretensión. Creo que eso colabora con la reproducción de la desigualdad. Agentes culturales así abundan y, por lo mismo, abunda la ineptitud que se transforma en actitud cínica. Centralmente es esa mi preocupación. Lo de la "oscuridad no miente" es el título de un libro de Bataille. Lo tomo como fragmento de otra pretensión. La de estos fragmentos. Escuché hace poco que una de las cosas de leer e investigar lo relacionado con Kafka es su aporte en humildad. Me agradó esa propuesta. Atañe a lo inabarcable de su obra y las miles de posibilidades interpretativas. Mi próxima diatriba tiene que ver con la figura del "experto". Otra especie que suele abundar como el fitoplancton (se relaciona con el hecho de ser humilde frente la materia, la riqueza argumental del investigador y contraria a la especialización técnica).
Suelo pretender en toda tarea que hago la actiud crítica, pero esto es inafirmable. A la multiplicidad de rostros y brazos que contiene una materia, se suma lo inaprensible del correr de los tiempos. Un devenir que no está exento de polémicas y una cualidad muy propia, referida a lo proteico e interpretable de cada realidad. Lo crítico me sigue pareciendo una aspiración, lo cual quiere decir que se relaciona con cierta actitud. Actividad, en último caso, nada fijo.
Un saludo y gracias por sus comentarios. Espero que lea la revista que editamos llamada "La oscuridad es blanca" (van dos números), la puede pedir a laoscuridadesblanca@gmail.com o ser invitado como amigo/a en facebook, bajo el mismo nombre. Un saludo: matías.

sereneltexto dijo...

Marciano, hay varias etimologías para el concepto. Algunos hablan de una especie de reyes, otros lo asimilan con la figura del bárbaro, el filisteo, el que ama el orro, lo material. Y por supuesto el grupo étnico. Aquí opera como adjetivo de una determinada condición antropológica. Puede leer el comentario anterior. Saludo. m.

Pag.para Tí dijo...

A mi parecer se extiende por toda área cultural, donde muchas veces existe más preocupación en encontrar diferencias que similitudes, así es como reproduce la “Desigualdad”. Me apena decir que de Kafka solo he leído “La Metamorfosis” y de Bataille escuchado acerca de su erotismo, comparto lo inaprensible del tiempo. Destaco su actitud crítica y pretensión de honestidad espero leer pronto su escrito o diatriba como Le llama.