lunes, 24 de agosto de 2009

EL PRÍNCIPE



El príncipe es el símbolo de aquello que no puede nombrarse, porque no es; mas su presencia parece desvanecerse ante la afirmación única, cada vez más insoportable a medida que avanzan los años: la afirmación de que el transcurrir de la vida quiere decir tan solo que el final se acerca y que la muerte, que ya en la Revelación se asimilaba de una manera más o menos esencial al Príncipe de la Tinieblas, del no-ser, es el único lugar a donde puede acceder el artista, el poeta; pués éste, por la misma razón de su ser, obliga al no-ser a venir a ser. Pero la muerte no es; la pérdida de mi ser sólo la puedo experimentar yo (y al perderlo dejo de experimentarlo): la muerte solo es experiencia para los demás, para los supervivientes. Así, el poeta, el artista, abre paso a la apertura de la conciencia de los demás con su obra, pero la esencia del morir de ésta le está vedada, y su comprensión del ser de su morir se le escapa asimismo por su esencial imposibilidad. Con ello se le hace inasequible la esencia de su obra; sólo puede entregarla a los demás, y su obra sólo en ellos se consuma: aquí radica la profunda tristeza del artista y su angustia insoportable, a la cual siempre se haya asido por la imposibilidad de asir el "otro lado", el más allá del final de su tiempo.
Mahler. Una Fisionómica Musical de Theodor Adorno, prólogo de Josep Soler.
Der Tod als Freund, Alfred Rethel (1851)

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